lunes, 7 de septiembre de 2009

El arte de la tortura animal



“Hijos de puta, esto es lo que me da de comer!” gritaba poseído por la ira un individuo, derrochando violencia y miedo, suplicando clemencia, al medio centenar de “foráneos” que pedían en la plaza del pueblo de Ampuero (Cantabria) que no se torturara a más animales en las fiestas veraniegas. Esa misma frase que el ser humano ha pronunciado tantas veces en la historia, en boca de un torturador, ya sea en los centros clandestinos de detención en Buenos Aires, en 1976, o en Santiago de Chile en 1973; en los calabozos de la Puerta del Sol de Madrid en 1975 o en los del cuartel de Intxaurrondo en 1983; en los campos de exterminio de Mauthausen en 1942, en Guantánamo o Abu Ghraib en 2008… la frase sobre la que gira “V de Vendetta”, que no es más que una metáfora del ser humano en la era del miedo global. "Hijos de puta, esto es lo que me da de comer", también, por qué no, la frase del más fiero de los monstruos en los cuentos infantiles que nos contaban para que fuéramos obedientes, para que no fuéramos distintos. Palabras clave en el engranaje-sistema, donde tiene tanta importancia quien aprieta el botón como quien limpia la sala de torturas; quien clava el estoque o las banderillas, como quien vende las entradas o los refrescos a la puerta, porque todos son necesarios. "...Lo que me da de comer", el argumento incontestable para la supervivencia indigna en el entorno hostil que nos mantiene muertos en vida, y que consigue, de paso, que nada cambie. El trabajo que los hace libres, aunque sea a costa de torturar seres vivos hasta la muerte.

Cada día más personas (en las últimas elecciones generales hubo más de 50.000 votos al Senado para el Partido Antitaurino y Contra el Maltrato Animal) levantan la voz contra esa forma de barbarie que somete a los animales no humanos a la condición de peluches de feria o gladiadores inválidos frente al héroe de acero, en este circo inhumano que perpetúa la brutalidad, exportando la imagen de España con el símbolo del animal al que se mata por toda la geografía del Estado (en tal caso, el toro debería ser el símbolo de los antitaurinos, ¿no?; esto es tan irreverente como aquellos cristianos que eligieron la cruz de tortura como símbolo de su fe... ¿os imagináis que el símbolo de ETA, en vez de una hacha y una serpiente, fuera un guardia civil en una ikurriña?). La prensa, que hace juego y también caja de estos asesinatos de animales, tituló la noticia como “batalla campal”, cuando el propio vídeo que reproducía la web del diario (y que está en youtube) muestra cómo cincuenta jóvenes concentrados tras una pancarta recibían amenazas, insultos, empujones y botellazos, y cuyo autobús era apedreado mientras salían del pueblo entre los repugnantes gritos del vecindario. “Nos provocaban lanzándonos besos y grabándonos”, decía Amaya Fernández, presidenta de la peña “El Burladero”, justificando así su respuesta violenta ante tal atropello cultural. Un choque de civilizaciones.

En Galápagos (Madrid), este verano se ha vivido un incidente parecido: siguiendo una “tradición” del pueblo, los vecinos soltaban toros en el monte mientras los perseguían distinguidos habitantes desde su todoterreno (parece ser que la tradición se celebra desde hace siglos, aproximadamente desde el nacimiento del Land Rover, allá por el siglo XVII). Colectivos ecologistas y antitaurinos convocaron una protesta y avisaron a la prensa. El pueblo la ha tomado con un vecino, joven agricultor, militante de Ecologistas en Acción, acusándole de haber llevado a las cámaras al pueblo, y le han quemado el coche tras haber acosado a su familia, y todo ante la pasividad de la Guardia Civil. Tradiciones ibéricas por las que no pasan los siglos.

Con pena, me encuentro también la noticia de que en las fiestas del Loreto de Jávea (Alicante), se celebraba otro singular evento en el que una concejala del pueblo debía prender fuego a los cuernos de un toro. Para la res, era la primera vez que participaba como invitada en este tipo de saraos, que vienen a llamarse “toro embolado”. Y se puso tan nerviosa al ver su cornamenta en llamas que comenzó a correr hasta caer al agua. Presa del pánico, tragó tal cantidad de líquido que se ahogó rápidamente. El servicio de salvamento que el pueblo había reservado para la ocasión constaba de una barquita que no pudo hacer más que arrastrar el cuerpo muerto del animal hasta tierra. Lo que viene a ser un fiestón, vamos.

"¡Y acabarán por quitárnoslo todo!" se lamentaba a la prensa con desprecio una vecina de Coria (Cáceres), porque este año les prohibieron lanzar dardos con alfileres desde cerbatanas al toro que soltaban. Al animal le van cayendo decenas, centenares de dardos, y muchos de ellos se le quedan clavados en los testículos y en otras zonas sensibles, estando el animal mareado y con las pezuñas ardiendo de correr sobre las piedras.

Y esta gente reacciona violentamente, en los cuatro puntos cardinales de la península, cuando alguien viene a alzar la voz para denunciarlos. La viva imagen del apoteósico “España se rompe” enunciado contra los nacionalismos no españolistas, o del pánico frente a la falta de fe en una Iglesia que tanto ha dado por la Humanidad (y que tantas disculpas ha pedido por sus benditos errores) se vuelca con otro de los valores patrios... Curiosamente, los mismos pilares de esta civilización en apuros son los que claman al cielo cuando muere un cerdo (haciendo el símil literario con “Animal Farm”, de Orwell).

Leo también que cada agosto en las fiestas de Bilbao se matan 54 toros entre el orgasmo general. E imagino que en cada gran ciudad, o incluso en cada pueblo pequeño, la cifra será semejante (unos 250.000 animales son asesinados en el mundo cada año en este tipo de eventos, pero qué más da, aunque solamente sea uno el animal torturado en el teatro humano). Y no pasa nada, porque la normalidad es el maltrato animal, ya sea en forma de “fiesta nacional” o en forma de banquete (donde ellos acaban transmitiéndonos las enfermedades que el hombre les provoca mediante el hacinamiento, el maltrato, la medicación con antibióticos y la tortura en pequeñas celdas donde no se pueden ni mover, como ha pasado con las vacas locas, los pollos locos, las gripes aviares y porcinas y lo que vendrá). Niños de la mano de sus padres se pasean por los centros comerciales visitando los escaparates de cristal de las tiendas de animales, donde crías recién nacidas de gatos, perros, iguanas, conejos, cobayas y demás maravillas vivas de la naturaleza pasan jornadas interminables, y cuyo mejor final será el acabar encerrados en la jaula de un confortable hogar humano (para los más afortunados, la jaula sólo tendrá paredes de ladrillo). Niños también domesticados, que entran así en contacto con la naturaleza.

Ecuador (país de ignorantes ante los ojos occidentales que miran con paternalismo) enunció hace poco una nueva Constitución en la que la Naturaleza pasaba a ser un sujeto con derechos. Y aquí seguimos con la normalidad salvaje de las granjas de visones, de la tala indiscriminada para urbanizar, de los sembradores de alquitrán y los jardineros del ladrillo, de los laboratorios que experimentan con animales, de las fiestas nacionales y de las cada vez más numerosas tiendas-jaula con seres vivos (y solos, y aterrados) dentro, ya sea en forma de tenderete o de zoo o de circo. Y la Real Academia Española define “tauromaquia” como un arte. Si esto es un arte (entiendo que por sus particulares técnicas y su folklore anclado en los siglos), no veo por qué no se considera un arte a otras disciplinas salvajes como la pedofilia, o a las más modernas snuff movies, cuyas técnicas y cuya preparación es para unos pocos elegidos (o tarados que disfrutan de su técnica mientras ejercen daños irreparables a otros seres vivos, pero que podrían argumentar criterios económicos e incluso artísticos –según su idea de “cultura”, para la que cada pueblo o cada familia o cada tribu tiene la suya– para reivindicar la subsistencia de su “arte”).

Tampoco es de entender que el Código Penal tipifique como delito el maltrato animal (siempre y cuando sea un “maltrato con ensañamiento e injustificado” o se trate de un “maltrato cruel”, cuando sin lugar a dudas un maltrato siempre será cruel e injustificado) mientras se amnistía de la idea de maltrato a las corridas de toros y los eventos salvajes con animales no humanos, siempre y cuando hayan sido autorizados por la legalidad competente. Una vez más, dependiendo quién haga las leyes, así serán los castigos: si el Código Penal lo hubieran redactado las mujeres y no viviéramos bajo los hilos de este patriarcado, la cárcel estaría llena de maltratadores machistas; si las leyes las hubieran hecho los comités sindicales de las empresas, las prisiones estarían llenos de empresarios sin escrúpulos y con ansia de beneficio a toda costa por encima de las vidas humanas; y si vinieran desde la naturaleza y no desde la propiedad privada y el libre mercado que todo lo mercantiliza, tras las rejas habitarían pirómanos, constructores o directivos de las grandes industrias (farmacéuticas, agroalimentarias, químicas, madereras...) que devastan el medio ambiente y vierten tóxicos sin piedad al aire, a los ríos y a nuestros estómagos occidentales a un precio tan asequible)…

También encuentro este enlace por si queréis decir “no” a esta brutalidad:
http://www.ecologistasenaccion.org/spip.php?article15296
"El martes 15 de septiembre tendrá lugar en Tordesillas (Valladolid) una nueva edición de la “tradición” conocida como El Toro de la Vega, en la que la diversión consiste en soltar a un toro en las cercanías de la ciudad, siendo el animal perseguido por cientos de hombres que a pie o a caballo armados con lanzas acosan al animal y se las clavan hasta darle muerte.
Te animamos a que muestres tu oposición a esta tradición, participando en las movilizaciones que se organizarán el 13 de septiembre y enviando un correo electrónico a la Junta de Castilla y León, exigiendo la prohibición de esta brutal "fiesta"."




Tenemos esa obligación con nosotros mismos. Devolver la vida, la vida que está robando esa maldita máquina de administrar dolor y sufrimiento que llaman capitalismo. Que nos hace pensar que somos mejores que el resto de especies y que el resto de animales que pisan el mismo suelo, beben el mismo agua y respiran el mismo aire contaminado por los hombres. Hombres y mujeres que se dicen superiores. Hombres y mujeres que han sabido acomodarse a la barbarie y a la injusticia de un mundo construido a su medida.
De igual a igual, reconocernos parte de la realidad. De igual a igual, parte de un todo y no su totalidad...

(De igual a igual, Habeas Corpus)

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