martes, 30 de junio de 2009

América late, Latina



Honduras. Uno de los países-cortijo más invisibles del continente americano. Mientras se agudizan las desigualdades sociales, y la barriada (la chusma, para otros) va tomando la palabra en tantos lugares de la región, las imágenes vuelven a revelarse ante nosotros casi tan claras como en los años 70.

Porque a la vez encuentra uno noticias nacidas de la solidaridad y que llegan como la pólvora para difundirse, que hablan de tanques y armas pesadas a las puertas del Congreso hondureño, de manifestantes enfrente jugándose la vida exigiendo que se respete su frágil democracia y contra el golpe de Estado de la jerarquía local... noticias que ya hablan de un estudiante muerto, quizá tres... y setenta y cien heridos, que hablan de detenciones de líderes sindicales, de ensañamiento militar, de órdenes de mano dura, llamadas de alerta porque la asonada se está cebando principalmente contra los movimientos sociales y populares...

Y uno también puede encontrar la joya del día de una intelectual del bando autodenominado "demócrata", Zoe Valdés. Ella, exiliada cubana y exiliada de sí misma, porque habla de su "América Letrina" como si hablara de la basura, hace toda una declaración de principios de la elite occidental contra la chusma que augura un siglo XXI tan llenito de combate ideológico como el XX...

Poner a Cuba o Nicaragua como el infierno de Centroamérica es sencillamente inadmisible. Ambas tendrán sin duda sus errores por el camino, sus represiones y sus límites a ciertas libertades, sus propias contradicciones insalvables... Pero se trata sin duda de gobiernos donde el pueblo tiene un protagonismo esencial y sus conquistas sociales son indiscutibles. Al fin y al cabo, son islas dentro de un océano (Guatemala, El Salvador, Honduras...) donde los Derechos Humanos no se cuestionan porque haya presos políticos condenados en las cárceles o porque el señorito o la señorita Williams hayan perdido su derecho de mansión y criados locales y se hayan escapado a Miami, sino porque la gente que lucha y se arriesga por mejorar la calidad de vida de la población, sencillamente, desaparece.

En Cuba y en Nicaragua nos topamos con la burocracia. En países como Honduras, nos topamos con Keyser Söze. Aquí la democracia dura lo que dura la obediencia a los que siempre tienen la sartén por el mango. De la misma forma que el primer mundo nos repite cada amanecer y cada anochecer que el capitalismo como funciona es siendo rico. De los pueblos tontos, ya dijo Kissinger sobre Allende: "no permitiré que un país se haga marxista por la irresponsabilidad de su propio pueblo", y le dieron el Premio Nobel de la Paz por luchar contra los inconscientes, a quienes hubo que dejar a miles desaparecidos para sembrar América Latina de muertos que luego se le adjudicaron a la ideología socialista en el "Libro negro del comunismo". Que la democracia solo vale cuando gana Dios. "Todo para que haya un orden, pero tú con los que ordenan".
Ellos dicen mierda, nosotros amén:

“Ze la Yapearon”

A este señor tan propenso al melodrama izquierdoso, como suelen ser los caudillos latinoamericanos, al presidente Zelaya de Honduras, al que le quedaba poco en el poder, sólo un año o menos, le han dado los militares un golpe de Estado. No debería alegrarme -en nombre de la democracia-, pero me alegro. Eso es América Letrina, caudillos de derechas, golpes de Estado, y ahora caudillos comunistas, otra vez golpes de Estado, ¡qué pereza!, y la gente tirá para la calle. Muertos, heridos, total, para nada.
Yo no estoy de acuerdo con los golpes de Estado en estados democráticos, pero en países como esos de América Letrina, donde el comunismo está cogiendo fuerza, me parece muy sensato que el ejército se levante. Es lo que me gustaría que sucediese en mi país, que el ejército se levante en contra de los Castro, que se pongan los pantalones y acaben con ellos de una vez y por todas. No lo harán, la Yuma está demasiado cerca, y exiliarse siempre es la solución más cómoda. Preferimos que nos jame el tiburón a que una bala nos atraviese el corazón, (¿no ven, de todo sacamos una rumba?).

A Zelaya se la chapearon, no la cabeza, por suerte; la presidencia. Todo parece indicar que ya tenía a unos cuantos bastante hartos de su mierda comunista -que dirían los Porno para Ricardo, q.e.p.d-. Ahora, el Mico Mandante ingerencista, el impresentable Hugo Chávez, está pidiendo al pueblo, que no es su pueblo, que salgan a la calle a morirse, a defender a un desvergonzado y tragimatraquilla Zelaya, amigo de los Castro y del pedófilo Ortega.

¿Tendremos un Irán en América Latina, una juventud como la iraní? Lo dudo. Mucho menos en Cuba. Estamos hechos de la miel del azúcar, del humo del tabaco, y algunos, de contra, de la embrutecedora y criminal coca.

¿Pueblos niños? No, pueblos tontos.

Fíjense si somos tontos que desde hace más de quince años quiero dejar de escribir de política de una maldita vez, y no lo logro. Sólo los tontos escribimos de política tercermundista.

Zoe Valdés, en El Economista.

viernes, 26 de junio de 2009

El viaje de Yakito

Yakito me mira, tumbado en el regazo de su acogedora manta como un bebé en vigilia.

Sus ojos brillan tanto que parecen dos gotas de agua a punto de caer de una hoja temblorosa. Sus patas canela duermen profundamente un sueño de gaviotas.

Hace media hora, cuando llegué a casa y lo encontré ya completamente sin fuerzas, lo cogí otra vez entre mis brazos para que dejara de temblar. En el impulso de su último suspiro, trepó para lamerme compulsivamente el cuello, como la primera vez. Tenía el hocico fresquito. Húmedo y radiante, como desafiando al final de sus días. Los últimos meses, en el parque, todo el mundo me hacía la misma pregunta… “¿y cuántos años tiene?” Pero él y yo sabemos que Yakito no tiene años. En tal caso, tiene días. No sólo porque sigue siendo un bebé en el continuo ciclo del nacer incesante, sino porque su vida ha sido un viaje lleno de instantes. Cómo explicarle a Carmen, la señora mayor que todos los amaneceres se sienta en los bancos de la plaza a ver pasar las aves y las horas, el concepto de la eternidad de los instantes. Un árbol en el parque sintiendo el levísimo peso de los gorriones sobre sus débiles ramas, el hermoso canto a la vida de sus cuerdas vocales. Seis mil doscientos días. ¿Qué son seis mil doscientos días a los ojos de un perro? Un millón de momentos. Esa es su edad ahora mismo. La señora lo mira con pena, pero Yakito sonríe.

“Es precioso. ¿Qué raza es?” Preguntan los dueños de sus amigos en el parque. Él es un mestizo. Sí, no pertenece a ninguna raza, y a los perritos sin raza rápidamente los catalogan como “mestizos”. Su mamá era una pastora belga, y su papá un pastor alemán. Tiene un pelo largo canela con orlas blancas, un hocico color carbón y una larga cola que nunca deja de ondear. Lo que más llama la atención de él son sus ojos, que parece que los lleva pintados. Y su forma de mirar tan penetrante y dulce a la vez…

Aún recuerdo el día que, por primera vez, entró en casa. Era tan pequeño que casi cabía en el cuenco de mis manos. Tenía unos ojos saltones, dos perlas negras que expresaban una bondad infinita. Había nacido entre los escombros de una obra. Un amigo transportista, que adora a los perros, me contó que todos los días pasaba por una obra custodiada por dos canes. Una tarde se dio cuenta de que la perrita había quedado preñada, así que habló con los propietarios del terreno. Le dijeron con desgana que querían tener un perro más. En el parto, la pastora belga, que se había escondido toda la noche en el rincón más oscuro y silencioso de la finca, dio a luz dos cachorros. Y sabiendo del poco amor que profesaban sus amos a los animales -incluidos los humanos- hizo lo posible por evitar el abandono de sus crías, y no tuvo una camada numerosa. Dio vida a una pareja casi idéntica, que deambulaba a su lado por el solar. A los pocos días, los dueños, casi al azar, eligieron. Mi amigo estuvo pasando día a día durante semanas por aquella finca, y se quedó con el perro no deseado. Él sabía que a mí me encantaban los perros y que me moría por tener un cachorro, y no dudó ni un instante en hacerse con él para hacerme un regalo.

Yakito corre sobre la nieve y sobre la hierba mojada sin parpadear ni un segundo, sintiendo en su blanco vientre el frío frotándose contra su abrigo. Se lanza al río sin pensarlo a buscar un palo, aunque la corriente se lleve el palo río abajo, y luego vuelve con él en la boca, en su esfuerzo incansable a contra corriente. Escucha atento los ladridos lejanos en la noche, aun dormido. Siempre alerta. Contempla, sintiendo dios sabe qué misterios, el consumir de la leña amontonada en la chimenea. Olisquea la hierba mientras siente el viento acariciando sus orejas. Salta de alegría cuando yo llego y me ve aparecer, enloquecido, y juega con el mayor de los cuidados con la pequeña Celia, mi hermana pequeña, protegiéndola de las sombras y de los peligros en la calle. Viaja a ratos sentado sobre los asientos traseros del coche. Duerme placenteramente la siesta sobre su manta, sabiendo que tiene que reservar energías para cuando le llegue la hora de saltar del automóvil.

Me viene a la memoria el día que fui a recogerlo. Cuando llegué a casa de mi amigo y se abrió la puerta, el cachorro salió corriendo a mi encuentro, como si ya supiera que yo venía a buscarle. Había pasado la noche entera escondido debajo del sofá. Saltó sobre mí, lo cogí en brazos y comenzó a lamerme compulsivamente en el cuello, la barbilla, buscando mi mejilla... Yo no había dicho nada en casa, pero sabía que mi nuevo amigo no iba a ser bienvenido por mi madre. Llamé al timbre con inquietud cuando me planté en casa, y Yakito, que aún no tenía nombre, apareció entre mis brazos ante mi madre. Ella pegó un grito de espanto cuando lo vio, y esa mañana me echó de casa. “No quiero que entre un perro en esta casa, y si lo quieres contigo, te tendrás que ir tú”, me dijo. Y los dos nos escapamos a dormir a casa de una vecina. Mucho tiempo estuvimos sin hablarnos mi madre y yo por eso, porque ella sabía que me iba a salir con la mía. Aunque con el tiempo llegué a entender el susto de mi madre, porque la verdad es que impactaba ver al cachorro. Aunque mi amigo lo había bañado a conciencia, aún mantenía en su piel manchas de cal y de pintura. Durante los primeros días, aún podía ver en sus excrementos un entresijo de cables y tornillos, trozos de yeso, restos de obra…

Yakito me mira, sabiendo perfectamente que hoy es su último día. Con una inmensa calma, ve pasar los últimos minutos de su reloj, y apura su último paseo alrededor de mis ojos. Los últimos meses, las visitas al parque las hacía en mis brazos, como un recién nacido… tres veces al día volvía a sentir la misma excitación aunque ya sus músculos no respondieran y sus huesos le dolieran hasta los tuétanos. Lloraba de impotencia por no ser capaz de romper a saltar, a correr, a brincar sobre los otros perros del parque, aunque, a su manera, nunca dejaba de hacerlo.

La primera tarde que pasó en casa eligió él solito su sitio para echarse la siesta conmigo. Yo siempre me tumbaba en el sofá un rato, y Yakito se puso a los pies del sofá. Aquello pasó a convertirse en un hermoso ritual: nada más tumbarnos los dos, él comenzaba a morderme la manga y tirar hacia abajo, hasta que lograba que mi brazo se posara encima de su lomo y así quedaba tranquilo. Poco a poco, consiguió también que yo no lograra relajarme hasta que no sentía su pequeño corazón latir en mi mano.

Y las últimas noches, cuando me acostaba y lo dejaba en su cesta del salón, ya sabía que no iba a salir de allí durante toda la noche. Y sin embargo, volvía a escuchar sus pasos tintineantes por el pasillo. Al principio me levantaba a menudo por ver si era él quien increíblemente corría por aquel túnel noctámbulo. Y no encontraba a nadie a lo largo de la casa. Cuando llegaba a su cesta, lo encontraba con los ojos abiertos, mirándome y contándome con la mirada que sí, que era él quien se echaba esas carreras, y que no pensaba renunciar a ello mientras tuviera fuerzas para soñarlo.

Recuerdo la noche en que murió la abuela. Su hospital, en el que llevaba largo tiempo ingresada, quedaba a trescientos kilómetros de distancia de nuestra casa, y en el mismo momento en que dio el último suspiro, Yakito soltó un aullido interminable, de lobo herido quebrando la madrugada. En casa, todos supimos en aquel instante que la abuela acababa de decirnos adiós, y respondimos con un silencio respetuoso, esperando la llamada que recibiríamos apenas cinco minutos después.

Como todos los seres especiales, él también vivió una historia de amor. En sus paseos nocturnos se hizo amigo de Korina, una pastora belga mayor que él, de un precioso pelo largo negro. Duraban horas los paseos cuando los dos se encontraban. Juntaban sus hocicos y se quedaban en esa posición durante minutos, completamente inmóviles y con los rabitos muy tiesos. Sin mover un solo músculo. Hasta que uno de los dos daba un salto y empezaba a correr alrededor del otro, provocándole en el juego… los dueños asistíamos al espectáculo con la misma ternura y asombro cada día ante esos cortejos. Y si marchábamos al Retiro con los dos, era impresionante ver cómo paseaban juntos, lomo con lomo, por el parque. Durante un tiempo intentamos que tuvieran cachorros, pero todo esfuerzo fue inútil: sólo jugaban y jugaban, montados uno encima del otro, persiguiéndose o con sus cariñosos besos caninos. Cuando Korina emprendió su viaje, me entristecía ver a Yakito llegar al parque y buscarla entre todos sus amigos, uno a uno, sin entender por qué no acudía ella a su cita diaria.

Y ahora está él en la camilla con la cabeza recostada, sobre su manta de siempre, como un bebé, y sin perder mis ojos de vista.

Hemos recordado juntos, durante un largo rato, el día de ayer, cuando fuimos a despedirnos de la nieve. Diapositivas en blanco y negro de sus días y noches de amor incondicional. Y sus ojitos, incapaces de separarse de mí hasta el último instante, van apagándose lentamente en el silencio de la noche, a continuar su sueño interminable.

Enseguida corrí a nuestro valle de siempre, para refugiarme de la tristeza… Y ahora, sentada junto al río, a ver pasar el caudal de hojas que el otoño nos regaló, corriente abajo, me acuerdo de los días en que Yakito se posaba sobre la nieve, revisitando el invierno como un ave migratoria.

Y entonces echo a llorar desde mi roca. Tengo tanta pena dentro que por un momento siento que soy yo quien se convierte en río… De repente, una presencia fuerte se abalanza sobre mí desde atrás, embistiéndome con fuerza, arrollándome… tirándome prado abajo, comienzo a caer dando volteretas, en una imparable caída libre entre respiraciones entrecortadas… hasta que puedo incorporarme y logro abrir los ojos y salir de mi miedo atropellado, y me doy cuenta de que es Yakito, que salta gimiendo, lanzándose contra mi mejilla, buscando mi cuello de nuevo, lamiéndome la cara entera, posando sus patas y trepando por mi cuerpo hasta conseguir dibujarme una sonrisa a lametazos…

(Tengo en mis manos un ejemplar de “Asentamientos”, el libro de los alumnos de los talleres literarios de la escuela Fuentetaja. En él incluyeron este cuento que escribí, seleccionado junto a otros 56 de entre 210 presentados.)

miércoles, 24 de junio de 2009

Y sigue el sufrimiento…



Hacía apenas una hora, no se le habría ocurrido pensar lo que iba a sucederle después. Aunque se puede decir que llevaba mucho tiempo temiendo que algo terrible pudiera ocurrirle, porque ya eran muchos años viviendo al límite, en un camino de encrucijadas de donde es muy difícil salir. Casi tenía la sensación de que había nacido con esa huella marcándole por dentro, con la condición de llevar encima una carga, una maldición...
Se encontraba en aquel habitáculo encerrado, cuando de repente estalló el explosivo que llevaba bajo sus pies. No corrió nadie a socorrerle, porque nadie podía entrar a sacarlo de allí, y era imposible sofocar su cuerpo en llamas. Murió solo, y se trataba sin duda de otra muerte inútil en una incansable, interminable lista de violencia contra los más básicos principios de humanidad.

Hablo de Jonathan Sizalima, un ecuatoriano que con tan solo 20 años estaba preso en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Via Laietana, en Barcelona. Preso en una cárcel de invisibles, con el único delito de no llevar papeles legales, porque no se los dan. Preso y sin poder recibir visitas, porque si su novia o su amigo o su madre van a verle y no tienen papeles, acaban compartiendo celda en espera de la deportación. La exclusión social, la pobreza, la invisibilización, el andar escondido por la calle, sin poder viajar, sin poder caminar libremente por una ciudad cualquiera una noche cualquiera… Tenía antecedentes por robo. Hacía una hora, el abogado de oficio que fue a visitarle, le comunicó que iba a ser expulsado del país. No había nada que hacer. La temperatura subió en el drama de sus días, y la angustia, y la desesperación... y él poco después decidió calcinarse vivo y sin temporizador. Colgarse del techo con su camiseta y acabar con la vida de perro que le había tocado vivir, en un mundo donde las mareas de personas en situación ilegal se cuentan por millones en cada país desarrollado, y sin embargo no existen, porque están escondidos, y nadie siente por ellos. Y ellos nos demuestran, en acciones así de duras, que también sienten, aunque su dolor se apague en un calabozo o se pierda en el mar o en el infierno, el mismo mar que sirve a otros de playa y paraíso.

Mientras esto sucedía, en otro atentado terrible contra la vida, muere un policía nacional. A él se le dedica todo el espacio de los noticiarios. Habla la viuda, el hermano, la casta política al completo. El país llora entero y obediente al compás. Sin embargo, Jonathan no existe. Ni Said, Rosita, Mustafa, Jaroslaw, Mahmadou…

Pero qué decir en estas largas jornadas cuando sólo existe una noticia. En un mundo basado en la codicia, que se muestra a través del trabajo basura, las relaciones basura, la política basura, la prensa basura, el amor basura, la humanidad basura… Sizalima era un joven basura que sufría incondicionalmente la violencia cotidiana de observar cómo a su alrededor la gente caminaba sin trabas, a pie o dentro de un modernísimo auto, con un iPhone en la mano, con unos sofisticados cascos oyendo la última novedad discográfica…, gente ejerciendo delante de él el sagrado acto del consumo (en cómodos plazos y sin intereses) ante los escaparates para él prohibidos, que ofrecen felicidad al otro lado del cristal. Gente durmiendo en sus confortables hogares, mientras él se apañaba en una cama caliente. Gente, también, señalándole cada paso.

Yo recuerdo que cuando era mozo le daba mucha importancia, entre otras cosas, a la política parlamentaria. Cualquier salida de tono del primer capullo envuelto en un traje ante la tribuna saltaba la alarma en mi casa. Inconscientemente, pensaba que eso era lo más importante en la vida del país, y me indignaba si los demás no estaban al tanto de lo que en el Parlamento ocurría. A los pocos meses de salir de casa me fui dando cuenta de eso, porque esa comedia tan rentable y tan macabra a la vez había desaparecido de mi cabeza… Sencillamente en mi casa familiar estaba todo el día la radio puesta, repitiendo el mismo sermón, seleccionando lo que es importante saber y lo que no… y no nos perdíamos un tediodiario. Pero salí de allí y en mi ideario pasaron a ser importantes otras cosas en lo político, sin duda más cercanas a la tierra, a la calle y a la gente. Por no hablar de los millones de noticias terribles que nos perdemos cada día, porque el noticiario está centrado en vendernos miedo, normalidad y crisis para domesticarnos.

Por eso pienso qué pasaría si el Parlamento estuviera realmente en manos de los vecinos, de los municipios, de los trabajadores o de sus representantes… O si los medios de comunicación no estuvieran atados a la cuerda de la gran banca y sus sagrados beneficios. Entonces, probablemente nuestros mártires diarios serían otros, y recordaríamos cada mañana a las cuatro personas que mueren cada día en el trabajo (y nosotros un poquito, también morimos con ellas), o a las once personas que sufren cada día agresiones de carácter racista, fascista u homófobo según el Ministerio del Interior (y nosotros, un poquito, también sufrimos esos palos que nos afectan a todos). Los desahuciados, que se cuentan a miles diarios, los desatendidos, los pensionistas, los parados, los presos… Más aún, si estuviera en manos de ellas, pienso qué pasaría con el machismo en el trabajo, en la casa, en el vecindario, en la sexualidad, en la pareja, en los cuidados (y con ellas nosotros también perdemos tanto...).

Pero en este Estado, esas otras víctimas invisibles no tienen el mismo reconocimiento, sencillamente porque a ellas no las conocemos. No ocupan el Parlamento, no nos habla de ellas cada día la televisión para concienciarnos de que existen y mucho menos para concienciarnos en que tienen derechos que les han sido arrebatados, y menos aún en concienciarnos de que es también nuestra la lucha por recuperarlos. Silencio. Silencio y distancia. Ni siquiera cuando la mano invisible les empuja al suicidio y sus iniciales pasan a ocupar una diminuta esquela de recuerdo en la sección de Sucesos.

domingo, 14 de junio de 2009

Ama...



La noche anterior había sido muy dura. Llevábamos varios días de manifestaciones y arrojo popular como hacía muchos años que no conocía esta ciudad dormida. Los enfrentamientos con la policía eran constantes. La gente joven y la no tan joven estaba llena de rabia. Algunas veces la policía partía por la mitad la manifestación, en mitad del recorrido, y podíamos ver muchos niños llorando, presos del pánico, sin saber hacia dónde correr, dejándose llevar por la mano del padre o de la madre. Los míos también estaban en esas manifestaciones, pero iban lejos de mi mano, por suerte. Porque en una de esas carreras yo no corrí. Me dejé llevar por la inconsciencia y quedé frente a la línea policial, solo, pensando que estaba seguro a cinco metros del cordón. Estaban machacando a porrazos a un chaval en el suelo. Las porras golpeaban duro la cabeza del chico, que se encontraba inmóvil, y yo no podía soportarlo. Grité como un loco que no le pegaran más. Que no le dieran en la cabeza. Nunca pude aguantar ver eso... un porrazo en la cabeza es terrible... Y me perdí. Sonó un disparo, y tuve la sensación de que la bala salía de mi pecho. Me sentí como en una película, como en las escenas tantas veces repetidas en el telediario cuando informan de las manifestaciones con muertos en países del otro lado del mundo, y todo es humo y carreras y gente en el suelo... De repente todo se ralentizó, y el mundo se detuvo. Pasé a una dimensión en la que los sentidos bailaban y el tiempo no corría. Se hizo el silencio, como cuando en el cine deja de funcionar el sonido cuando el protagonista está a punto de morir. No oía nada. Acababa de salir de mi pecho una bala disparada como si mi cuerpo fuera un cañón... Nunca hubiera pensado en esa sensación, pensaba que recibir un tiro era como sentirse atravesado, pero pude ver cómo aquella bala emanada por mí botaba en el suelo y salía hacia arriba... el disparo se quedó en mi cabeza detenido, y volvía a sonar, como si mi corazón fuera una batería de misiles... y yo, lejos del mundo, me retorcía en el suelo, porque mi pecho ardía como si estuviera en llamas. Poco a poco (en tiempo real pasarían un puñado de segundos, pero en mi cabeza el instante fue de una noche ralentizada) se fueron colocando los elementos en la escena. No podía respirar, no podía dejar de retorcerme de un lado para otro, soltando un hilillo de dolor constante, como de animal herido, que era lo único que oía nítidamente mientras unos brazos anónimos me arrastraban para alejarme de los uniformados, que habían comenzado a avanzar... así aprendí lo que es sufrir un pelotazo de goma a quemarropa a escasos metros del inapelable arma policial...

Al día siguiente visité a mi madre, que andaba preocupada, porque oyó que la noche anterior había estado en el hospital. Me pidió que le enseñara la herida... y aunque me negaba en rotundo a hacerlo, al rato me dio por subirme la camiseta...
Al ver el pecho roto bajo una marca terrible de fuego rojo entre varias costillas hundidas y la piel quemada, le cambió la cara. Gritó un insulto de rabia, se levantó como un resorte, sin dejar de gritar maldiciendo al defensor del orden que ejecutó con exquisita eficiencia su tarea, y se fue a la cocina a llorar de rabia en soledad, tratando de apagar sin éxito sus alaridos de angustia... Yo la seguí, corriendo, la abracé fuerte, mientras ella lloraba y gritaba sin parar... pude besar sus mejillas y sus ojos, su frente, como nunca lo había hecho en mi vida. Sentí su piel quizá con la misma ternura que ella debió sentir la mía cuando ella misma me trajo al mundo, entre besos de sal y abrazos tan atrasados corriendo al encuentro de la madre.

De esto hace más de seis años. Y la cicatriz de aquella noche, que también es la de aquella mañana, persiste. Cada mañana y cada noche la puedo ver en mi pecho, resistiendo el paso de los días.

Ayer volví a oír llorar a mi madre. Esta vez era ella quien regresaba del hospital y quien mostraba su herida lejana y abrasadora por dentro... Y me rompí en mil pedazos, al otro lado del teléfono, como un espejo que se derrumba en el suelo.

Como en el poema de Eñaut Etxamendi, quizás sean gotas del rocío de la mañana...

viernes, 12 de junio de 2009

El Protocolo de Kyoto del Ministerio del Interior



“Hay que decirles bien claro que aquí, o se está con las bombas o se está con los votos”. Lo dijo el ministro del Interior de turno, cuando ilegalizaron Iniciativa Internacionalista, una plataforma de partidos castellanistas de izquierda, que se atrevió a acoger el voto abertzale junto a parte del voto de la izquierda independentista de otros rincones del Estado, como Aragón, Canarias, Galiza, Asturias...

Pero el Constitucional, días después, ordenó desilegalizar lo ilegalizado… eso sí, dejando a toda la gente implicada bajo la condición de “contaminad@s”. La lista estaba contaminada, y sus gentes (desde Corriente Roja a Izquierda Castellana, pasando por las plataformas de las distintas nacionalidades, y personas como Alfonso Sastre, Nines Maestro, Xosé Luis Méndez Ferrin...) también quedaron marcadas por el sello de la contaminación, en este tiempo de virus globales, en esta era del miedo.

Llegó el 7-J y con ello han quedado en evidencia muchas cosas… No sólo la Ley de Partidos y sus criminalizaciones anteriores a la votación. Incidencias, irregularidades, errores informáticos en el recuento… y de todo ello se ha firmado un pacto de Estado y de silencio similar al que se firmó desde el mismo día en que Iniciativa Internacionalista fue declarada desilegal (para dejar que pasara desapercibida y no darle el más mínimo bombo en la cada vez más aburrida carrera por el voto). Los medios estatales sólo han hablado (como si se tratase de una broma) de irregularidades en los votos que, en el pueblo de la vicepresidenta del Gobierno, pasaron mágicamente del PSOE al POSI. Pero la interminable lista de errores está perjudicando, de manera atroz, a la candidatura II-SP (básicamente porque al haberse declarado ilegal en mitad de campaña y luego haber vuelto a entrar en las candidaturas, se le cambió de número en los documentos realizados para el recuento, y después no han concordado las transcripciones y los votos parecen haber sido asignados bastante al tún tún, llegando al caso rocambolesco de un colegio en que se iban a romper tres papeletas de II-SP porque no cuadraba en las actas). De entrada, por estos errores informáticos fueron “sustraídos” casi 1.000 votos en Guipúzcoa a II-SP. Estos pequeños errores hacen que, por ejemplo, oficialmente la tercera fuerza política en el País Vasco sea el Partido Popular, cuando los datos de las mesas dicen otra cosa.

Pero esto no es lo que más miedo da. Hay muchos casos en los que la prensa ha dado unos datos que difieren en cientos y en miles de votos a los que se apresuró a publicar el Ministerio del Interior. Los datos recogidos por la prensa (del Grupo Vocento, por ejemplo) estaban recogidos en las actas a pie de urna. Los datos del Ministerio pasaban el filtro informático en el que, de repente, desaparecían votos. Para más inri, la mayoría de esas “desviaciones” benefician a partidos nazis.

Lo peor de todo es que, aunque hay datos que se pueden reclamar (si se dirigen las formaciones a la Junta Provincial) y aclarar el asunto, hay datos que no. Iniciativa Internacionalista denuncia que entre los votos considerados “nulos” y “en blanco” puede haber miles de papeletas suyas. En muchos colegios de distintas zonas del Estado (donde no hubo interventores de II-SP) podría darse el caso de que en la Mesa Electoral la gente diera por anulada la candidatura II-SP, como pasó con Herritarren Zerrenda en las europeas de 2004. Al querer revisar las urnas, en sitios como en Asturias o en Catalunya les está siendo vetada la entrada a los interventores de II-SP. Y eso huele muy mal.

Sin tener que ser malpensado siempre con el Estado, ni estar siempre desconfiando de sus ceremonias permitidas, es verdad que las sospechas tienen base firme, ya que el voto nulo y en blanco se ha multiplicado en lugares como Barcelona (en Catalunya han subido ambas opciones en más de 50.000 votos respecto a 2004), y en sitios donde el independentismo catalán, el gallego o el aragonés (donde formaciones políticas al margen del CHA, el BNG o ERC cosechan tradicionalmente apoyos y esta vez pidieron el sufragio para II-SP) han visto cómo sus votos prácticamente han desaparecido. El voto castellanista en lugares como Valladolid ha bajado hasta un 66%.

En general, habiendo un millón de votantes menos que en 2004, el voto nulo ha subido en 57.000 papeletas y los votos en blanco en 125.000. Los votos en blanco se tiran tras el recuento (y es imposible revisarlos), porque es absurdo guardar el sobre vacío. Solamente se apunta en el acta y se tira el sobre. Y, según el reglamento, un voto a una candidatura legalmente anulada pasa a ser un voto en blanco.

Es para no quedarse tranquilo. Sobre todo porque no están dejando ver las actas y las urnas, que eso tranquilizaría a todo el mundo. No sé si serían reales las posibilidades de que II-SP llegara a obtener un escaño en EEUUropa, pero estaría bien esforzarse en subsanar públicamente la chapuza. Para no dar la imagen de reino bananero, ya que los problemas del recuento los han sufrido también los demás partidos (no los de los votos nulos y en blanco, claro… con esos, como propuso Bush en su momento, parece que para evitar los incendios quemamos los árboles. Queriendo disminuir la contaminación, propagamos todo tipo de tóxicos que acaban afectando cada día a más ciudadan@s, a más plataformas, a más colectivos que la mano invisible del poder mediático y político los empuja sutilmente fuera del sistema).

En la canción de Boikot dice esta lindura Gorka Urbizu (Berri Txarrak): hitzen munduan mugitzen gara, aske izan nahian kaiolan libre garela ezin onartuz (Nos movemos en el mundo de la palabra, queriendo ser libres no podemos aceptar que somos libres en jaulas). “¡Stop criminalización, censura! ¡stop criminalización, basura! ¡stop criminalización, censura! ¿Dónde está la libertad de expresión?”

martes, 2 de junio de 2009



Encuentro casual de dos ex-amantes en una ciudad lejana.
Clandestinidad y resistencia antifascista.
Ambos hurgando en cicatrices aún abiertas en el amor imposible.

Emociones hirientes, sentimientos encontrados…

Todo era gris y tú, sin embargo, de azul.
Hay un dolor en el pasado.
Tú eres la canción "El tiempo pasará".
No, no es Casablanca, porque a nosotros siempre nos quedará Bilbao.



Bilbao sigue existiendo, re-existiendo el mar cada día desde hace siglos. En el año 1300 se firma su carta fundacional, y Shakespeare ya habla de ella en su obra teatral "Las alegres comadres de Windsor". Sin embargo ella, la villa, cada día está más joven.
Siempre nos quedará. Y siempre será Bilbo. Río arriba, abriéndose al mar.
En la historia más reciente que no figura en las grandes crónicas, estás tú. Y hace hoy quince años te di el primer beso… tus mejillas estaban frías y las mías temblaban de miedo. En mi diario que nunca escribí figura que entonces corrí a refugiarme en un país imaginario. Mis compañeros de exilio, el rock y la soledad, eterna pareja, estrofa incondicional de mis pasos.
Hace ahora también ocho veranos nos fundimos bajo unas sábanas prestadas una noche de vino y prosas. Entonces mis mejillas temblaban de frío. El exceso de alcohol hizo que tú también quedaras temblorosa en la noche, la soledad de los semáforos parpadeando en ámbar avisando del peligro sin nadie que los escuche. Te arropé con mi cazadora. El miedo me visitaría más tarde, cuando aprendí a descifrar las luces de la noche del corazón. De día era fácil: verde, ámbar, rojo. De noche: ámbar, ámbar, ámbar... Me costó comprenderlo, y huí del miedo hasta llegar al fin de la tierra, donde el mar se abre como una ventana al sol, para no volver.
Regresaste, casi como el verano sucede al invierno, como un calor natural para los que estamos hechos de abrazos. Hace algo más de tres años del penúltimo secreto en ese diario robado al tiempo, y el poema continúa versando incesante con el mismo escenario de fondo.
Tus rasgos y los míos han ido cambiando. De lo que era un erizo va dibujándose tibiamente en el aire la silueta de un niño. La piel se ha endurecido, pero la cara oculta de la luna de mis ojos cada día está más tierna. Las heridas se han ido convirtiendo en regazo en el cuento del mundo al revés.
Son sólo páginas arrancadas de un diario perdido...

Munduaren hasieratik maitasun istorio bakarra dago, xumetasun beldurgarriz… (Desde el principio del mundo, sólo hay una única historia de amor, con aterradora simplicidad...).
Istorio bakarra hiri zikin honetan, behin eta berriz errepikatzen dena, istorio bakarra hiri zahar honetan...
(Una única historia en esta vieja ciudad, que se repite una y otra vez… una única historia en esta sucia ciudad...).
“Chinatown”-en bezala, maite zenuena joaten da betiko. Umiltasun beldurgarriz zu ere hiltzen zara berriz… (Lo mismo que en “Chinatown”, lo que amabas se va para siempre. Con aterradora humildad tú también mueres una vez más…)

Banda sonora de Fermin Muguruza "Beti izango dugu Bilbao" y de Sagarroi, “Istorio bakarra”.