domingo, 30 de agosto de 2009

Una vuelta a los años 80



Rebuscando en youtube, encuentro un fragmento de esta vieja canción (1984), que me emocionaba mucho en mi juventud, del grupo vizcaíno Yo soy Julio César. Acojo ahora las imágenes distorsionadas con colores inconscientemente ochenteros, del Botxo de entonces; el de mi infancia en un diminuto cuarto de literas y papel pintado, en el patio de un pequeño callejón cuesta abajo, colmena de inmigrantes con mina abandonada los domingos..., los días y noches sin padre, con tres hermanos, dos madres y una ría desbordada que arrastró a una gatita hasta nuestra casa. Imágenes que vienen para acoger mi propia imagen de hoy. Hoy, también, que anuncian públicamente que no hay presupuesto vasco capaz de sobrevivir al año que comienza, mientras destinaron multimillonarias partidas a aquella nueva forma de propaganda (cuando un ejército de ertzaintza y servicios de limpieza se plantan a mediodía en calles, plazas y pueblos para poner pintura encima de fotos de presos, que además de estar presos están prohibidos, para hacerse una foto que vender a la opinión pública mientras a la noche vuelven a estar los carteles encima...). Destinaron también un despilfarro desarrollista (la mayor inversión pública de la historia vasca) a las obras del TAV que nadie, aparte de las grandes constructoras y la élite turística, ha pedido; y entre severas afirmaciones de que esos proyectos son intocables aunque no haya cómo pagarlos, vuelven también las imágenes de los altos hornos y las fábricas de antaño, llenando el cielo de humo y el suelo de cemento. Y las calles, tan desescuchadas como desobedientes, de rabia.

Mientras, pienso en cómo podemos estar tan lejos, l@s unos de l@s otr@s, y tod@s con la madre tierra que no defendemos. Es un problema muy lejano, más bien primal. Un problema de educación, porque, cada día más, desde que nacemos al mundo, sustituimos el amor por el abandono y la rabia al sufrir la triple separación de la madre: de la madre tierra, de la que cada día vivimos más despegados y menos descalzos; de la madre naturaleza, lejos de los animales y del campo que es donde habla la vida, y de la mano de la madre patriarcal que dosifica la atención y el cariño siguiendo los pasos de los viejos doctores desde el parto medicalizado hasta la menopausia medicalizada. Y después, educad@s en el individualismo y la libre competencia desde que aprendemos a decir "yo, mí, me...", comenzamos a relacionarnos con los demás objetos y pasamos a ser una mercancía más.

"Tú no puedes enseñar a nadie a amar..., la única fuente de enseñar a amar, es amando. Y yo creo que el amor es la transformación definitiva".
Son palabras de Paulo Freire, en su valiosa pedagogía sobre la educación creadora y la transformación social a través de ella. La mayor de las utopías es que seamos queridos incondicionalmente, y que podamos sanar nuestras heridas para amar incondicionalmente desde que nacemos... porque tampoco podemos amar a nada ni a nadie sin antes aceptarnos y amarnos a nosotros mismos.

"¿Y dónde estará ese amor universal que tanto hablan los libros? Si existiera de verdad, todo sería distinto: habría mucha más luz en este agujero... Y el que tenga el amor, que le abran el bolsillo..." (Eskorzo, El que tenga el amor)

martes, 25 de agosto de 2009

La solidaridad como delito



Del verano traigo este mapa inservible para turistas desorientados...
En él hay marcados distintos pueblos, fiestas, idiomas y culturas abrigadas entre montañas y prados que no hay mano que los queme, aunque embestidas no faltan. Y también están marcadas distintas noticias, con la marca que deja hoy la prensa y sus continuas batallas para meter por vena el miedo: desde las vacunas contra el papiloma o las gripes hasta la vacuna contra el cuestionamiento del orden.

El día que daba comienzo el verano, estaba yo escribiendo una crónica para Diagonal sobre un festival pro-presos. Recuerdo los quebraderos de cabeza para medir las palabras, para no caer en los barrancos permanentes de la subjetividad. Y para tratar de ser fiel a lo objetivo: aquello no era un festival proetarra (era un festival para apoyar a los presos y a sus familiares), pero tampoco era un festival pro presos (no estaba dirigido a las 70.000 personas que viven privadas de libertad en las cárceles del Estado, sino a las casi 800 que se encuadran en la órbita del conflicto político vasco y sobre quienes caen las medidas excepcionales -alegales- de la dispersión y las sumas de condenas más allá del tope legal, lo que les otorga un estatus de represaliados políticos, porque son las instituciones políticas las que, según el contexto, han ido equiparando un acto de sabotaje callejero con un atentado terrorista, o una plataforma política con una organización terrorista). Así y todo, las palabras continuaban sin encajar... Conflicto político, víctimas, terrorismo, represión... Qué difícil es comunicar sin herir al otro ni a las palabras mismas.

Sin embargo, todo el verano he leído con asombro cómo el periodismo generalista estatal no se complicaba la vida ni un segundo. Cualquier intención de medir las palabras caía en el saco del simplismo. Así, no se ha hablado de mucho más que de "marchas proetarras" cuando se referían a muestras de apoyo a las personas represaliadas. Bares proetarras, fiestas proetarras, grupos musicales proetarras, txoznas proetarras... daba lo mismo si se hablaba de una pintada en favor de ETA que si los chavales del barrio de Santutxu querían dar la bienvenida a uno de la cuadrilla que volvía del talego: la palabra ETA estaba en todos los titulares. Todo, desde los amigos o familiares del ex preso hasta quien por allí se presentaba, pasan a ser proetarras automáticamente. Por supuesto, todo acto de poner en sus locales una foto del mozo ha pasado también a considerarse sistemáticamente exaltación del terrorismo. Da igual que el chico haya estado en la trena por militar en una asociación juvenil, por independentista o por haber provocado una masacre. Eso ya es lo de menos. Joyas del periodismo especializado en Derecho Penal, propaganda del nuevo mundo.

Desconfiaba entonces de la atención periodística, y me encontré con la respuesta enseguida: el mismo simplismo propagandístico se dirigía hacia el lado del Estado: para la prensa, la Ertzaintza nunca "irrumpió" en las fiestas populares a "arrancar" fotografías, sino que se vio obligada a "actuar y retirar" fotografías. Para ver algo que cuestione el Estado de las cosas, en un parlamento donde ya ni siquiera los partidos políticos tienen vinculación política alguna, uno debe refugiarse en la ficción, como en la película de Clint Eastwood "El intercambio", donde se oye que "la policía no quiere acabar con el crimen; sólo desea acabar con la competencia".

La misma noticia de las fiestas de Lizartza, en la que una anciana de 61 años ha sido condenada a cuatro años de cárcel por intento de agresión a un cargo del PP, ha sido tratada en El País y en Gara de una forma espeluznante, cada uno desde un victimismo fundamentalista que oscila entre el día a día de los amenazados y el apartheid político. Cada cual desde su parte del conflicto, donde solo existen "sus" víctimas y lo único objetivo es que no hay puente posible. Y lo real es que hay una Corporación gobernada por el PP tras haber conseguido sólo 27 votos, ya que, siendo un feudo tradicional abertzale, fue ilegalizada la coalición que se presentaba (y el poder va a caer nada menos que al representante de las antípodas políticas, históricas y culturales). El resultado, un pueblo ingobernable gobernado por la mano dura de Regina Otaola desde hace un par de años, y donde denuncian hasta al cura porque no deja entrar a los escoltas con pistola a su iglesia. La policía y el juez admiten que la mujer de 61 años no llegó a agredir a nadie, pero el juez dice que por llevar la ikurriña y la rabia contra la autoridad tenía intención suficiente de hacerlo.

Ella entrará en una cárcel, probablemente a 700 kilómetros de Lizartza, y en su pueblo no podrán poner su foto en las fiestas populares para recordar que debería estar con los suyos (uno de los objetivos, desde sus inicios, de las fiestas populares fue siempre recordar a los represaliados del conflicto político).

Esto llega ya a tintes de locura... Hoy el preso anarquista Amadeu Casellas sigue en huelga de hambre, en un delicadísimo estado de salud (visitad llibertatamadeu.blogspot.com) y quienes hemos difundido su lucha no nos hemos convertido en atracadores de bancos para luchas obreras ni hemos sido perseguidos por sus actos (considerados "crímenes" por quienes hacen las leyes, que casualmente nunca van presos ni persiguen a los criminales de guante blanco que dirigen la gran banca o los nidos de precariedad y siniestralidad laboral)... En su caso pasa lo que en los pueblos vascos, ya que el cartel enorme con las fotos de los presos reza el deseo de que salgan a la calle los presos que hayan cumplido la totalidad de sus castigos o los enfermos terminales, que son un montón (y también es el caso de Casellas). El no sacarlos por razones políticas les da un estatus político, ya que están ahí por las medidas de excepción. Denunciar eso no nos convierte en coautores de sus actos. El caso de Casellas es sangrante, porque además le están haciendo responsable a él de todo lo que se mueve fuera (denuncias de irregularidades en Instituciones Penitenciarias, protestas en la calle, etc), complicándole más la vida, aislándole en módulos incomunicado a modo del ilegal "fies" que se sigue aplicando, y sin recibir visitas ni de su propia defensa.
La Constitución Española establece, en el art. 25.2, que la finalidad de las penas privativas de libertad es la reeducación y la reinserción social. Los primeros que incumplen la ley son quienes utilizan el castigo permanente, la vejación y la tortura como método de reinserción al mundo de la barbarie.
Tampoco somos Ocalan, ni Leonard Peltier (quien lleva 33 años y medio preso, tras ser condenado sin pruebas), por más que participemos en campañas de apoyo al pueblo kurdo o a los movimientos indígenas...

Sin ir muy lejos, este mismo verano en las fiestas de Málaga ha campado a sus anchas un grupo de nazis (que llevan meses amenazando a todo lo que se mueve) agrediendo a personas de izquierda y reventando casetas. Y a ellos no se les ha dedicado ni el más mínimo espacio para concienciar a nadie. ¿Por qué? No son un producto apetecible para el mercado del miedo, que se rentabiliza desde arriba. Qué decir de las advertencias de la vuelta de la guerra sucia en los últimos meses (Jon Anza, Alain Berastegi y demás denuncias de secuestros, palizas, ataques contra coches de miembros de grupos abertzales y colectivos por la memoria histórica...). Los ataques fascistas, este mismo verano, se habrán contado por decenas (desde los bares de Iruña, el cementerio de Aizoain o el monte de San Cristóbal hasta todo lo que no se ve de la violencia racista o machista, incluida la policial en las comisarías de inmigrantes o la condena a 3 años y medio de cárcel para el joven que tumbó de un puñetazo a un mosso que tenía en sus manos un kubotán -arma ilegal de moda en los cuerpos de seguridad estatales- preparado para descargar sobre los jóvenes que se manifestaban... Otra vez, ¿quién es el violento?)
Esta gente campa con total impunidad por las calles de Madrid, Barcelona, Guadalajara, Valencia, Córdoba, Santander (hay testimonios y denuncias diarias, hasta las 4.000 agresiones anuales de carácter racista, fascista o xenófobo que registra Interior...) Por primera vez condenaron a la red nazi Hammerskin por "asociación ilícita", y les cayeron 14 meses como máxima condena, tras años de dar palizas a inmigrantes, homosexuales u oponentes ideológicos. Doble rasero el de la justicia española, que condena a 15 años al asesino (policía retirado) de Ángel Berrueta (familiar de preso vasco) tras el 11-M, y a 16 años a Hodei Ijurko por tirar dos cócteles molotov. Jueces que confunden "intento de homicidio" por "agresión" en casos como el del fascista de Guadalajara Israel Galve, famoso por asestar navajazos a militantes de izquierda en esa ciudad, uno de los cuales estuvo a punto de morir. Jueces que olvidan de repente qué es aquello de "agravante ideológico" cuando el acusado es un reconocido miembro de bandas fascistas y sus víctimas son activistas de los movimientos sociales, de juventudes de izquierdas o del Sindicato de Estudiantes. Doble rasero porque sólo se exige condenar a ETA, y no a los atentados fascistas (independientemente de que tengan resultado de muerte, como el asesinato de Carlos Palomino que el PP se negó a condenar en la Asamblea de Madrid). Y porque si pones la foto de un familiar o amigo preso te puede caer el delito de "enaltecimiento del terrorismo" o "colaboración con banda armada", mientras puedes mantener un bar (habrá cientos por la geografía española) presidido por fotos de Franco, José Antonio, símbolos fascistas... sin que ningún juez se preocupe por ello.
Pero sobre todo, doble rasero el de la prensa y los creadores de opinión, que invisibilizan las 4.000 agresiones, mientras enfocan regodeándose cada día, fieles ratas de la malinformación, el más mínimo enfrentamiento que ocurre en el País Vasco. Fomentando el odio, enfrentando a las víctimas para que la reconciliación social sea imposible. "Cuanto peor, mejor", es el lema de los terroristas. Y del Estado, tristemente, también.

Leo hoy en un brillante comentario en Público: "Los ocho partidos de extrema derecha, que incluyen a formaciones falangistas, patrióticas y anti-inmigrantes, sumaron unos 50.000 votos en las pasadas elecciones generales. Por otro lado, no podemos obviar que la ultraderecha prefiere una España genovesa que una España roja, por lo que cabe sospechar que el PP aglutina miles de votos útiles de la extrema derecha. En fin, me temo que, al menos en número, son casi tantos como los abertzales radicales vascos. A diferencia de ellos, sin embargo, cuentan con diversos medios de comunicación a su servicio para hacer apología de las más diversas aberraciones: apología del racismo, del genocidio contra el inmigrante, del antivasquismo y anticatalanismo, y más y más. A diferencia de los abertzales pueden manifestarse en el centro de Madrid bajo lemas aterradores y gritando consignas que son el bochorno de cualquier sociedad civilizada. Y una última cosa, aunque todo lo que postulan me parece repugnante, defenderé siempre su derecho a expresarlo, siempre que lo hagan pacifícamente. Que cada uno se ponga en evidencia como más le guste".

Sin embargo, qué dolor de papeles que ha de barrer el viento...

Y parece que solo existe un tema de entre todas las violencias del sistema: laborales, de género, culturales, militares, farmacéuticas... Es como vivir dentro del chiste aquel en que un gorrioncillo bilbaíno volaba tranquilamente cuando, al tratar de cruzar la carretera, golpea a un motorista que pasaba. El pájaro cae aturdido al suelo, mientras el motorista siente lástima, y lo recoge. Se lo lleva a su casa y lo mete en una jaula con pan y agua para que el animal se recupere mientras él vuelve al trabajo.
Un rato después, el pájaro recupera la conciencia y va abriendo los ojos... cuando se ve rodeado de barrotes, exclama "¡ahivá la ostia! ¡Ya me cargué al motorista!"

Yo lo siento, pero frente a todas las violencias, vengan de donde vengan (ya sea del Estado y sus instituciones, de la economía privada y sus corporaciones o de lo que supuestamente está ahí para combatirlos) me quedo con la libertad más verdadera que descubrió Mikel, porque la única verdad, si es que existe, es que el pájaro nació para ser libre.

"Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen...
Ez zuen alde egingo...

Baina, honela, ez zen gehiago txoria izango...
eta nik txoria nuen maite".


"Si le hubiera cortado las alas,
habría sido mío...
Si le hubiera cortado las alas,
no habría escapado.

Pero, de esa forma, ya no sería un pájaro...
Y yo lo que amaba era un pájaro".