viernes, 18 de septiembre de 2009

De aquellos sueños, estas prisiones




Desde que tenía 14 años, el joven Amadeu Casellas se entregó al ideal anarquista. En aquellos tiempos vivía bajo la bota del franquismo, y el ambiente de conflictividad social exigía cada día respuestas por todos lados. Poco después, a finales del año 1975 murió el perro (en la cama), y quedó la rabia. La rabia porque todo, como avisó el jefe del Estado desde casi la ultratumba, había quedado atado y bien atado: en unos meses se firmaría una paz basada en la amnesia y la amnistía general (incluida la del Régimen, que durante 40 años llevó a cabo la mayor de las represiones vividas en Europa Occidental tras el Holocausto nazi).

Así que en 1976, Amadeu participa en numerosos atracos a bancos para ayudar a financiar las luchas obreras de esa Transición tan idílicamente representada en los documentales actuales. La prensa de entonces lo llegó a denominar “el Robin Hood español”. Las incontables jornadas de huelga (y la salvaje represión que se ejercía contra la juventud en los también incontables asesinatos –Reboiras, Ruano, los asesinados el 3 de marzo en Vitoria, los del 27 de septiembre en Madrid y Catalunya, los abogados laboralistas de Atocha, los sanfermines del 78, Gladys del Estal en el 79...) hacen que el clima laboral tome un cariz pre-revolucionario, ante el cual las cúpulas de los sindicatos y los partidos obreros mayoritarios decidieron cometer la mayor de las traiciones a sus propios ideales, firmando una rendición ratificada en los Pactos de la Moncloa.

Casellas es detenido en 1979, año en el que entra en la Modelo barcelonesa. También son los años de los motines de la COPEL (Coordinadora de Presos En Lucha), acciones por la dignidad en las prisiones, como formas de protesta por la terrible situación de las masificadas cárceles del Estado en aquellos años, donde la convivencia entre presos, heroína y tuberculosis (sustituido posteriormente por el sida) estaba patrocinada por el Ministerio del Interior.

Prácticamente desde entonces (cuando salió en 1981, volvió a atracar bancos para seguir devolviendo el dinero robado –por los bancos– a los movimientos en lucha y a las personas necesitadas, y así volvió a entrar en prisión en 1982 y en 1985 por última vez), Amadeu no ha conocido la libertad. En su historial “delictivo” no constan delitos de sangre, y seguramente si sumamos todo lo que robó hace más de 30 años no llega ni a igualarse con las stock options que cobrará un solo directivo cuando toca reparto de beneficios anuales en el Banco de Santander, ni a la cantidad que haya “desaparecido” según los sumarios de Gescartera, de la PSV o de cualquier cooperativa inmobiliaria, filatélica o de ahorros que se juega en el casino sus activos y los pierde.

Desde 2008, Casellas se está pudriendo entre la humillación y la invisibilización absoluta. La ley, que trata a los seres humanos según su condición, establece un tope de años de condena, y Amadeu los cumplió el año pasado, en que debía conseguir automáticamente el Tercer Grado. Pero se le considera peligroso, porque la ley defiende antes a la propiedad que a las personas. Por eso lo mantienen a la fuerza en la cárcel. Y por eso él ha iniciado ya varias huelgas de hambre. La última ya suma más de dos meses, y desde el 7 de septiembre ha anunciado que suma una huelga de sed a su ya precarísimo estado de salud, y que llegará hasta el final. Sus carceleros desde hace tiempo no le permiten recibir visitas y le intervienen el correo con las muestras de apoyo, que ya nunca le llegan. Y desde instituciones penitenciarias le responsabilizan de todo lo que suceda fuera de las cárceles, con lo que cualquier denuncia que se hace de su situación le pasa factura entre las invisibles rejas de nuestra democrática sociedad.

Una persona digna en un mundo que nos quiere sumisos.
Si hubiera elegido el camino de la rendición cuando tantos compañeros de viaje se subieron al tren que circulaba a toda velocidad por la tercera vía, probablemente ahora habitaría el confortable despacho de una de las sofisticadas lavanderías del establishment político (un sindicato, una ONG, una Fundación, quizá un partido político… u otras formas de existencia del funcionariado).

No lo conocemos, pero sabemos quién es. La BSO de Hechos Contra el Decoro nos da la pista: "¿Que sabes de mi vida? ¿Y qué te voy a contar? No te he visto nunca, y te conozco bien. Como la moneda esto tiene dos caras: por un lado el obrero, y por otro, el burgués..."
Seguro que él soñaba desde los 14 años con el lema de los anarquistas de los años 30, que en los vehículos de los milicianos y en sus banderas negras, exhibían orgullosos y esperanzados la consigna “U.H.P.” (“Uníos, hermanos proletarios”). Ahora esas son las siglas de lo que cada día le alcanza a ver la vista entre los barrotes, hasta que sus ojos de luchador libertario, tras casi 30 años privado de libertad, se acaben por apagar mientras la sociedad, que debía reconocerlo y liberarlo, lo ignora: U.H.P. (Unidad Hospitalaria Penitenciaria).

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