Apenas llegaba a los 19 años. Y su sangre joven tiñó de rojo el Golpe de Estado en Honduras. Era el sexto de doce hermanos en una familia de un barrio popular de Tegucigalpa. Por el día estudiaba en el instituto, y por las tardes trabajaba en la bodega de un supermercado de la capital. Estaba en la marea humana que defendía la democracia y que fue una vez más embestida por la oligarquía económica, el Ejército y la todopoderosa Iglesia. No tendrás un funeral como el de Michael Jackson, Isis Obed Murillo. Y tu nombre quién sabe si alguna vez saldrá publicado en la agenda oculta de algún servicio secreto, en la hoja de ruta de un secretario de Estado o en las actas de una cumbre del G8. Quién sabe si formará parte de algún sumario judicial. La diosa egipcia que llevaba tu nombre era la "fuerza fecundadora de la naturaleza". Que tus asesinos se traguen sus molares, caninos e incisivos, y se muerdan juiciosamente el hígado... y que tu nombre no se borre de la historia.
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. (John Donne, Devotions Upon Emergent Occasions)
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