miércoles, 9 de julio de 2008

El huevo y la gallina

"Violencia: (del lat. violentĭa). 3. f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder.” (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua)

Me lo encontré anoche. Ya casi no había luz por los alrededores oscuros de la estación de Atocha, en esa parte de la ciudad donde comienza la periferia y el mundo deja de ser noticia para convertirse, como mucho, en suceso. Caminaba como adentrándome en otra dimensión, en una de las tantísimas estaciones fantasma del Madrid turístico… Y de repente, salió de un rincón, como un trozo de nada que se desgaja del vacío. Una piedra sin nombre que cae de la ruina.
Era alto, muy alto, y mucho más negro que la noche. Desde el instante en que me vio venir, se fue acercando emitiendo un “excuse me”. Esos segundos me dieron el tiempo suficiente para vencer al miedo instintivo, y decidí pararme a hablar con él. Pronunció el nombre de un país muy lejano, tan lejano que no lo entendí… Empujaba un carrito vacío, con unos brazos largos y fuertes, aunque visiblemente enfermos, tísicos, con las mil marcas de la desesperación en su piel. Estaba jodido, pero no se le veía tan mal como a las almas hechas polvo y pena que deambulan por otras calles arrastrando su miseria o su cirrosis. Este se presentó con el corazón por delante. Un corazón que si tuviera un cuentakilómetros seguro que habría dado ya varias vueltas a todos sus ceros. Hablaba todos los idiomas, y por un momento me pareció un personaje mítico como los que aparecen en los cuentos de Borges.


–Yo paso mucha hambre –dijo cuando dio con el castellano.


Su voz retumbó en mis entrañas casi tanto como debieron retumbar los cuerpos delante de las pantallas de tropecientos mil voltios en el “festival solidario” del megacentro comercial “Rock in Rio” que se plantó no muy lejos de aquí durante las dos últimas semanas, cuya entrada diaria costaba entre 50 y 275 euros y cuyos 200.000 metros cuadrados hablaban de sostenibilidad mientras albergaban hasta una pista de nieve artificial en mitad del desierto del sureste madrileño.
Una voz profunda, que venía desde las catacumbas de la vida, a la que no hacían falta ni los más potentes equipos de amplificación ni las gigantescas pantallas digitales ni los monitores, ni los equipos inalámbricos, juegos de luces ni demás parafernalia del mundo que viaja en la sociedad del derroche y el espectáculo vendiendo mensajes de progreso patrocinados por Movistar, Endesa, El Corte Inglés y multinacionales de la información. Su mensaje era sencillo. Y me partió el alma.

Deseé con todas mis fuerzas que de repente apareciera ante nosotros un carrito lleno de comida, de esos que salen por la puerta de atrás del hiper en la madrugada, desbordando montones de frutas, verduras y lácteos entre hogazas de pan del día, que ya no puede vender la tienda porque la arruga y el color oscurecido mancha su nombre y el valor de la marca…

“Yo paso mucha hambre”, retumbó de nuevo dentro de mí, dándome de bruces con la realidad.

Y en ese instante me acordé de la fotografía que vi por la mañana. Los grandes jefes de Estado, las grandes marionetas del mundo, reunidos para hablar de la crisis global, se sentaron como reyes medievales (bueno, no tan medievales, porque hay quien sigue teniendo el suyo, con toda la Corte bien dispuesta por los aparatos del Estado y los Consejos de Administración de las principales empresas del país…), como una celebración de dioses, ante una mesa para degustar 19 platos distintos. Platos preparados por el mejor chef de Japón, la más sublime delicatessen para el mejor gourmet: congrio con azucenas, maíz con caviar, almejas hervidas, erizos de mar y otras mariscadas exquisitas para los amos de la Tierra y su séquito. Estaban reunidos para tratar la mayor crisis alimentaria de la Historia. Y la mayor de las violencias, estaba en esa mesa.

“Yo paso mucha hambre”.

Nos regalamos nuestras mejores sonrisas, chocamos nuestros puños con cariño en el saludo rastafari y le deseé mucha suerte.

Y mientras retumbaba una y otra vez la misma frase en mi interior, deseé profundamente tenerlos delante para reventarlos a todos. Patearlos hasta que les salieran las tripas por la boca. Uno a uno, sus estómagos estallando al unísono como un golpe de justicia humana...


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