Desde los barrotes de la celda se deja ver la vida del barrio. Las terrazas con sus plantas, la ropa tendida llena de colores… Al fondo, las largas torres de viviendas.
Pero la realidad aquí solo tiene ocho metros cuadrados. Y la vida en el patio hoy sólo reside en un árbol que se hizo fuerte entre las amarguras y la resistencia humanas, testigo de los peores horrores durante 60 años.
Mil presos antifascistas levantaron la cárcel de Carabanchel en 1940. Y en ella estuvieron recluidos durante toda la dictadura miles de presos políticos. Allí pasaron sus últimas horas Granados y Delgado (dos jóvenes anarquistas ejecutados por un asesinato que nunca cometieron) y los últimos cinco presos (tres del FRAPP y dos de ETA) sobre los que cayó la firma del verdugo sin que le temblara la mano, y de los que ayer se cumplieron 31 años de su fusilamiento en Hoyo de Manzanares sin que nadie los recuerde. Al final de la historia, la lucha antifranquista, la COPEL… consiguieron una amnistía general a cambio de una amnesia general, que es la que hoy “disfrutamos” todos (en la cárcel ha seguido entrando gente desde el 77 hasta hoy y buena parte de ellos son presos políticos –aunque recuerdo la frase de Haro Tecglen de que todos los presos son políticos y la suscribo). Al fin y al cabo, la palabra tiene la misma raíz griega y ambas significan olvido. Pero este museo de la represión franquista no debe perderse en esa misma amnesia.
Con la llegada de la autodenominada democracia, vinieron los motines de la COPEL. Y después de un documental de TVE de los años 90, que sembró la polémica porque demostraba que las cárceles no son más que centros de exterminio donde se hacina a la población marginal (el 80% de los presos lo son por delitos menores, como robos con intimidación (los grandes ladrones que estafan 1.000 millones nunca entran), y la cárcel nunca cumple su función porque no reinserta a nadie, ya que el 75% reincide al salir a la calle y comprobar cómo sus heridas personales, familiares y sociales, lejos de cerrarse, se han abierto en canal) y dentro se les empuja al abandono, a la heroína, al sida y a la muerte lenta…, se inició el proceso para sustituir la cárcel por una comisaría y una cárcel de las que hoy cumplen una actividad más útil para este sistema que nos educa en la violencia y el robo y luego hace efectivo su monopolio para encerrar a quien le sobra y a quien lucha contra él: los Centros de Internamiento de Extranjeros. Y el resto del recinto para especulación urbanística. "Esta prisión tiene piel y huesos", dice un miembro de la Asociación de Vecinos para mostrar que no se podrá borrar de la memoria aunque la derriben.
Entrar en ella, aunque hoy sea un recinto abandonado y saqueado, sigue siendo una oportunidad de por visitar uno de los lados oscuros de la democracia. Se hace necesario acercar la sociedad civil a la cárcel, que hoy acoge ya a 70.000 personas, y buena parte de ellas son mujeres. Entrar para que por la ventana salgan vientos de libertad y no aires fétidos de podredumbre, como muestra la bonita película "El patio de mi cárcel" de Belén Macías.
Los presos acostumbran a decir que los muros no están para proteger a la gente de los reclusos, sino para esconder a los que viven fuera del terror y las horribles formas de vida que se dan en los módulos penitenciarios. También dicen que, una vez dentro, lo raro es que no te quieras morir. Y por eso en los pasillos de las plantas altas de las galerías ponían redes para evitar la tentación a los internos de tirarse al vacío.
2 comentarios:
Me hubiera gustado mucho poder acompañaros el otro día...pero otros asuntos me lo impidieron...yo también suscribo eso de que todos los presos son políticos...
Bxuss,
ada
lo del otro día tuvo valor porque iban ex presos, pero las ruinas de la prisión se pueden visitar cualquier día, Ada (están desvalijadas hasta las puertas, por autorización del excedentísimo ay-unta-miento). ¡Habrá más ocasiones!
Besus y gracias por pasear por aki! ;)
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