miércoles, 7 de mayo de 2008

la historia y las marionetas

Todo el mundo piensa que es Lenin... aunque la estatua esté firmada como Ernst Thalmann y el parque donde habita lleve también su nombre... y a mí me gusta jugar a que son los dos, porque además comparten mucho. Y porque de paso descubrí la figura de Thalmann, dirigente alemán que puso nombre también al batallón de brigadistas internacionales que vino a combatir el fascismo... y a la vez recuperé de la memoria al dirigente soviético.

Cuando era mozo una canción que escuchaba en la cama decía “en tiempos de confusión y sin personalidad, en los que oímos tantas tonterías… en estos tiempos en los que cada uno ha aprendido a mirar exclusivamente por lo suyo. Qué fácil es con el paso del tiempo descalificar toda la vida de un hombre. Cuánta ilusión, fe y cordura perdidas en la caja negra de la historia. El trabajador, el parado, la pobreza, la miseria… todo queda oculto bajo la codicia del dinero. La causa de todas las desigualdades salvajes se esconde en el regazo del dólar. La paz de unos debe ser pagada por otros en la guerra… Lenin, escucha, han despreciado tus trabajos…”. Hoy, como en tantas cosas, quien defiende la figura histórica de Lenin pasa directamente a la lista negra de los molestos o de los terroristas.

Paseando por Berlín Este me di cuenta más que nunca que la historia la escriben los vencedores (aunque no podamos decir que la Unión Soviética haya vencido en una historia a la que dieron por finalizada en 1989 tras la victoria militar del monopoly mundial).

Y fui más consciente que nunca de que aquí (un rinconcito de Europa donde nunca se derrotó al fascismo y ni mucho menos fue ni simbólicamente juzgado) no hay sitio para recordar ni reconocer a los que sufrieron el avasallamiento militar en el 36, lo que después de cuarenta mil días se reconvirtió en Transacción y se le puso rostro democrático mediante el “Borbón y cuenta nueva” y las elecciones parlamentarias, una vez quedó todo “atado y bien atado”. Con el jaleo montado tras presentar la “Ley de la Memoria Histórica”, no parece que a nadie se le vaya a ocurrir plantear a corto plazo quitar la simbología fascista que aún queda en nuestros colegios, plazas, iglesias y demás patrimonio… como para pedir un monumento a la II República, al miliciano, al soldado defensor del régimen democrático de 1936, a las Brigadas Internacionales o a la Pasionaria… Escribió Gil de Biedma “de todas las historias de la historia, la más triste sin duda es la de España, porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza”.

Es un sueño utópico conseguir que la memoria no esté en venta, y que no vuelva a suceder lo que en un pueblecito de Logroño tras la guerra, cuando un grupo de viudas, después de hacer colectas durante años, logró comprar los terrenos donde se escondía una fosa común en la que estaban enterrados sus familiares, para levantar ellas mismas un cementerio en 1979 con el que honrar su memoria. Hay tantas historias de esas por salir… Dulce Chacón, mientras investigaba para escribir “La voz dormida”, contó que en el norte se encontró con muchas abuelitas con miedo, que cuando tenían que hablar de la guerra aún hablaban en susurros, escondiéndose del pueblo por lo que pudiera pasar. Otras se declaraban en profunda sorpresa porque alguien viniera a preguntar por una historia por la que jamás nadie se había interesado…

La desmemoria es que no se haya roto con ese pasado, que nadie se eche a la calle o al monte por llevar a sus niños al colegio General Mola (quien llamaba a bombardear civiles y si eran mujeres y niños mejor, para mayor escarmiento rojo), o para pedir que el Valle de los Caídos sea renombrado como Museo del Horror… que eso se asuma como parte de un pasado que no fue nunca común y, sin embargo olvidemos, por ejemplo, que la inmigración forma parte de la esencia contemporánea de los pueblos ibéricos cuando convertimos a la inmigración en delito con la mirada o con el silencio o con el voto.

2 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

No deja de alucinarme, con esto de la simbología franquista en los edificios, como las iglesias y catedrales, adornan sus paredes, muros y pórticos, con el águila y el escudo franquista. A un lado el busto de Franco y enfrente Jesucristo. Alguien puede explicarme esto, porque no lo entiendo.

Berlín, que ciudad más bella.

igor dijo...

Yo creo que la respuesta es el miedo... Vicenç Navarro explica que en la sociedad española sigue habiendo miedo al pasado; miedo en el ejército a que se les meta mano (si no fue juzgado ni condenado ningún jerarca del régimen anterior, ni se depuraron las "cloacas" del Estado, no podemos esperar que cambie nada sin haber conflicto, al menos hasta que cambien unas cuantas generaciones -qué triste, no?-)... pero sí, es alucinante... sobre todo el papel de la iglesia en esto. Siempre nos quedará Berlín! jejej Besos!