lunes, 16 de febrero de 2009

Australia

Llega en voz baja, como un susurro, la noticia de que en Australia han muerto un millón de animales. Y las palabras y los números se pierden entre la sobresaturación de mensajes comerciales. Algunas fuentes hablan de que podrían ser cuatro los millones de animales que los incendios de estas últimas semanas se podría haber llevado por delante.
A eso hay que sumar la deforestación de más de 400.000 hectáreas forestales (con sus miles, millones de árboles) calcinadas por el fuego. Un fuego que viajaba a la misma velocidad que la sociedad de consumo, y del que no pudieron salvarse ni los canguros, que llegan a alcanzar los 60 kilómetros por hora en sus carreras.

Occidente trata el suceso como sabe: vendiendo un vídeo que convierte en héroe a un humano bombero y bautizando como Sam a un koala superviviente. Los demás, si están heridos o tienen fracturas, serán sacrificados. Fiel metáfora del trato que hacemos a los animales en este lado del mundo: compramos uno para domesticarlo y convertirlo en nuestro peluche, nuestra mascota personal humanizada…, mientras un inmenso número de ellos se sacrifica en los centros que no dan abasto para albergar tanta vida prohibida por el gendarme planetario.

La vida sigue, y pronto los productores de noticias y los creadores de opinión se ocupan de otras cosas. La catástrofe natural es reemplazada enseguida de la mesa de novedades por otros eventos, viejos cotilleos, el diario de comedia parlamentaria, etc.

Y no se pone en marcha un Plan Paulson, como el que se pactó globalmente para salvar a los bancos de sus propios incendios, ni tampoco planes como los que cada país arranca para que no se detenga el ritmo voraz de consumo de automóviles en el planeta, para que nunca decaiga la llama de las plantas petrolíferas...

Eso sí, han prometido reconstruir "ladrillo a ladrillo" cada casa en todas las áreas devastadas, con cargo sin límite a los fondos de la Commonwealth.

Los animales no son sagrados, como el dólar, el petróleo, el tabaco, las hipotecas o los vehículos privados en la sociedad de consumo.